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Federación de Asociaciones de Descendientes de Alemanes del Volga

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La vida de Juan Jorge Fritzler de Stephan

Por Leandro Hildt.

En la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga de Gualeguaychú se reciben donaciones para la sala Jakob Riffel, en la que funciona un Archivo, Biblioteca y Museo. Cada elemento que allí se guarda es parte una historia salpicada de alegrías y tristezas. Hoy quiero compartir un relato en primera persona de un inmigrante alemán del Volga que llegó a nuestro país en 1891. Juan Jorge no pudo permanecer en alguna de las aldeas fundadas en nuestro departamento y tuvo que arrendar en distintos campos hasta que finalmente se hizo de algunas hectáreas propias. Su breve autobiografía está cargada de emociones. Es la historia de muchos inmigrantes que llegaron a nuestro país en busca de una vida digna.
“Yo, Johann Georg Fritzler, nací el 2 de marzo de 1869 en la colonia Stephan (lado montañoso) del río Volga en Rusia.
Mis padres eran Christian Fritzler y Katharina Müller, ambos nacidos en Stephan.
Cuando tuve 11 años falleció mi madre, lo sufrimos mucho porque ella era muy buena, pero además severa y muy justa con nosotros. Aún hoy le agradezco la buena educación que nos dió. Mi padre era aún más severo. Cuando alguno de nosotros los niños, había cometido una falta, el castigo no se hacía esperar.
En aquella época cada padre de familia quería tener los mejores hijos, que se portaran bien y fueran fieles. 
Recuerdo con mucha nostalgia a mi aldea natal Stephan. Vivíamos en una calle
interna después nos mudamos a la calle del medio. Mis años infantiles fueron hermosos, pero cuando tuve 7 años mi padre se mudó nuevamente, esta vez a 2000 metros de la Colonia, allí construyó un molino de viento que se utilizaba para la molienda. Pronto se cansó de este trabajo y volvió a la colonia cuando yo tenía 17 años.
Cuando tuve 20 años me casé, el 17 de enero de 1885 con Maria Catalina Mohr. El Pastor que nos casó se llamaba Juan Schneider. Mis días lindos se terminaron cuando mi padre se casó nuevamente, mi madrastra era mala, convirtió nuestro hogar en un infierno, tanto que casi era imposible soportarlo. Cuando yo tenía 21 años falleció mi padre, él era el Vorsteher (alcalde) de la colonia Stephan en 1886. Al año siguiente nuestra madrastra se alejó de nosotros y quedamos los cuatro hermanos con nuestras familias. Cuando nuestra madrastra se fue arrasó con nuestros bienes. Por las grandes deudas que quedaron no podíamos trabajar en la agricultura. Se vendió todo lo que quedaba entre mis hermanos y cada uno empezó a trabajar por su cuenta. Toda mi herencia fueron 147 rublos, esa era toda mi fortuna con 22 años. Para iniciar en la agricultura era muy poco, por eso empecé a trabajar con madera, aprendí carpintería. Mi esposa tenía que ayudarme y poco a poco nos empezó a ir bien. Teníamos para comer y lo mejor que puede haber; salud, paz, felicidad y alegría de vivir. Mis suegros nos ayudaban todo lo que podían, lo que aún hoy agradezco. Después de haber ganado algún dinero me compré un terreno por 225 rublos y construí una casa y un establo por 600 rublos. Vivíamos bien y estaba conforme con mi destino, pero me gustó más ser colono. Arar y sembrar me gustaba mucho. Después de varias cosechas malas y pocas ganancias me fui a Dubolka para trabajar como carpintero en las construcciones de casas. Trabajé allí dos meses, volví a casa para visitar a mi familia, pero encontré todo distinto. Mi hermano Christian ya había vendido sus bienes para emigrar a América y me convenció de vender todo y viajar con él. Primeramente, no tenía ganas, mi cuñado de apellido Hohweiler también tenía la idea de irse, pero yo no tenía valor para emprender un viaje tan largo y peligroso, aunque la idea me daba vueltas en la cabeza. Un día sin pensarlo mucho le pregunté a mi esposa si tendría ganas de ir a América. Ella me dijo: haz como quieras, si vas yo te acompaño. Tomé la decisión de emigrar. Vendimos todo lo que se pudo vender e iniciamos el viaje al desconocido país de la Argentina. El 13 de octubre partimos y llegamos el 14 de diciembre del año 1891 a Buenos Aires. El 17 de diciembre llegué con mi esposa y 2 hijos a Aldea San Juan, fuimos recibidos cordialmente por Juan Jorge Stürtz. Enseguida me puse de peón de cosecha en lo de Juan Cristian Hornus (gordo) por un peso por día. Era un sueldo bajo para el trabajo pesado. Después de seis días pedí mi dinero y me empleé para año nuevo en lo de Enrique Preuss. Aquí estaba bien pero no me gustaba que también debía trabajar mi esposa. En el mes de julio dejé ese trabajo y arrendé tierra con mis compañeros Conrado Roth, Jorge Hohweiler, Jorge Treise, Juan Jorge Rihel, Federico Fritzler y Juan Stürtz en “Campo Olaechea”. Pagábamos 8 pesos la cuadra, libre pastoreo para los animales y además recibimos gratis todo lo necesario para la construcción de la casa y el corral. La primera casa propia era un rancho de un metro de alto construido con barro, techo de paja y sin ventana. La puerta era de tablas de madera y paja. La cama tenía apoyos de tablas, el jergón era de bolsas viejas y la mesa confeccionada de un cajón de mercaderías. En un cajón viejo guardábamos nuestra ropa. Yo no tenía carro, pedí prestado uno por dos meses. El 13 de agosto de 1892 me mudé a ese campo con mi familia y todo mi capital cabía en el carro. Tenía 5 caballos, 6 gallinas, 1 gallo, 1 arado viejo y 4 juegos de arneses. Así empecé la agricultura en Argentina. Durante el primer año me fabriqué yo mismo un carro con madera del monte. El hierro me costó 7 pesos. Después me fabriqué dos rastras de madera y trabajé con ellas 2 cuadras de campo, pero la cosecha fue mala, el campo era demasiado virgen y los bichos habían devorado mucho. Los colonos la pasamos bastante mal el primer año, teníamos que comer pescado y pan negro, freíamos la comida con sebo. Mi cuñado Hohweiler y yo nos compramos una vaca y repartíamos la leche entre nuestros hijos, siempre fuimos muy unidos y nos ayudábamos mutuamente. En el tiempo de cosecha trabajé en otras partes para poder comprar más caballo. En el segundo año trabajé 21 cuadras y la cosecha fue buena, tan buena que pude pagar todas las deudas; pero me quedé sin dinero, por suerte ya contaba con crédito. El tercer año sembré más aún y tuve suerte, la cosecha fue buena y desde ahí gracias a Dios nos fue cada vez mejor. Cinco años estuvimos en el campo Olaechea. Después las 9 familias arrendamos campo a “Angel Sturla” y nos mudamos ahí. Los compañeros eran Jorge Hohweiler, Juan Stürtz, Luis Preuss, Federico Fritzler, Jacobo Lindt, Felipe Lind y la familia Treise. Aquí residíamos fraternalmente como en una pequeña aldea. Cada uno de nosotros se había instalado bien y el compañerismo fue excelentemente. Después de 9 años tuvimos que dejar el campo, pues el dueño lo había vendido. Ahora Jorge Hohweiler, Federico Fritzler y yo arrendamos el campo “Podestá” por 10 pesos la hectárea. En el año 1908 pude ir con toda mi familia a mi propio campo, donde resido hasta hoy (nota: se refiere a Colonia Florida). En 1909 construí la casa grande y desde aquel momento he vivido en mi campo propio y no tuve que mudarme más.
Después que mi esposa falleció me dediqué a descansar. Tampoco tenía ganas de iniciar algo nuevo. Ella falleció el 3 de diciembre de 1932. Estuvo 9 días enferma. Llegó a la edad de 67 años, 3 meses y 20 días. Ambos pasamos juntos alegrías y tristezas durante 48 años. Siempre fue una fiel compañera desde el principio hasta el final. Mucho le debo agradecer y Dios, el Altísimo le recompense todo en la eternidad. ¡Qué descanse en Paz!
Ahora estoy solo, sin esposa y por eso sin consuelo. Me sentiría completamente abandonado si no estuvieran a mi alrededor mis hijos y nietos. ¿Quién se preocupa aún por mí? A donde voy y hacia donde miro está todo vacío y solitario. Mi esposa era todo, siempre gentil, amable, compasiva y buena. También nuestros hijos y amigos ven la falta que me hace. La casa y el patio están vacíos y cuando vienen de visita mis hijos sienten melancolía por la falta de mamá. ¿Qué tengo ahora en este mundo? Es una vida solitaria. Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo». No hay consuelo, todo ha desaparecido. No paso necesidades, pero cada día extraño más a mi esposa. No la puedo olvidar y eso me carcome el corazón. El mundo es cada día más amargo. Me consuelo con la canción que dice: «Solo y no del todo solo estoy yo en mi soledad, Jesús es mi amparo eterno con el voy por la obscuridad”.